Hay dos momentos familiares que me agradan mucho.
Cuando un hermano o un primo te invita a su casa para comer un domingo. Haces un paseo en la mañana y llegas a su casa al mediodía. Con el sol a todo lo que da, es agradable llegar a tomar una bebida fría en un lugar en donde te están esperando. Si hay primos, se ponen a jugar y tú te pones a platicar en un lugar agradable de la casa. Puede ser la sala, la cocina o, si lo hay, el jardín.
El otro es cuando vas a visitar a un hermano o un primo que vive fuera de la ciudad. No importa qué tan seguido te comuniques ni cómo hayas viajado, cuando llegas, siempre hay muchísimas cosas en las qué ponerse al corriente y muchas anécdotas qué contar. Quedarse platicando en un lugar a gradable de la casa, quizá hacer una larga sobremesa después de cenar. Lo agradable es cómo se va tranquilizando la calle y el chirrido de los grillos.